La felicidad absoluta es más fácil si uno es consciente de su situación personal, sus limitaciones, y sus posibilidades, y las acepta y se conforma.
Está bien motivarse para alcanzar un grado más de felicidad del que se posee, pero ahí es donde está el riesgo; la de no consecución puede desmerecer
la que sí tenemos, o que no sepamos apreciarla, y llega a crearnos insatisfacción.
El interés por conseguir más, sobre todo si son cosas materiales, crea una tensión en que la felicidad actual se ve desplazada, menospreciada, y es la avaricia
de querer más la que toma posesión del espíritu de la persona. Desde ese estado de tensión es imposible contactar con la felicidad porque ésta sólo se manifiesta en la paz.
Si hay tensión o inconformismo, le resulta imposible hacerse notar.